La investigación de la Fiscalía estadounidense
contra la FIFA puede atizar el enfrentamiento de Occidente con Rusia y afectar
las relaciones con los árabes.
Las versiones sobre la
existencia de prácticas corruptas en la FIFA no son nuevas. Lo que resulta
inédito ahora es que haya explotado un escándalo de naturaleza judicial, y que
su núcleo provenga de una potencia –Estados Unidos- que no tiene una profunda
tradición futbolística. ¿Por qué su fiscal, Loretta E. Lynch, se metió en un
asunto que tiene ramificaciones en todos los continentes? ¿Cuáles son las
atribuciones legales que le permitieron hacerlo?
En la rueda de prensa
del miércoles, Lynch explicó las razones: algunos de los delitos que se
investigan –lavado de dinero, pago de sobornos, transacciones financieras
ilegales– se cometieron o se planearon en Estados Unidos, y utilizaron su
sistema financiero. La investigación y las capturas, además, se llevaron a cabo
con el respaldo de convenios de cooperación judicial y de lucha contra la
corrupción entre su país, Suiza y otros Estados. Desde los años setenta,
Washington defiende su derecho a combatir la corrupción en todo el mundo, no
solo por la naturaleza de este delito, sino porque casi siempre tiene una
dimensión transnacional.
Lo cierto es que pocas
veces se había visto aparecer juntos en una rueda de prensa trasmitida por todo
el mundo a la fiscal general, Loretta E. Lynch, al director del FBI, James B.
Comey, y al jefe de investigaciones del Servicio Interno de Impuestos (IRS),
Richard Weber. Lo hicieron conscientes de los efectos que tendría la
investigación que llevaban preparando por más de tres años contra altos
dirigentes de la FIFA y que, esa mañana, había llevado a capturar a siete de
ellos en Suiza. La revelación sacudió no solo al mundo del fútbol, sino también
a la política internacional. Pues podría afectar nada menos que los intereses
de Rusia y la relación de la Casa Blanca con algunos aliados en Oriente Medio.
Que la plana mayor de
la Justicia estadounidense saliera ante las cámaras a acusar a altos mandos de
una de las entidades más poderosas del mundo de haberse robado más de 150 millones
de dólares en casi un cuarto de siglo y a hablar de la posibilidad de que los
mundiales de Rusia (2018) y Qatar (2022) pudieron ser comprados es una decisión
audaz, que solo pudo haberse tomado con el visto bueno del presidente Barack
Obama. Este sabe que cualquier movimiento de las instituciones con la bandera
gringa en otros lugares del globo puede ser interpretado como un acto
imperialista: como una reedición de los abusos a los que algunos de sus
predecesores sometieron a varias regiones del mundo en el pasado.
Las reacciones no se
hicieron esperar. Y el primero en pronunciarse fue el propio presidente ruso,
Vladimir Putin, quien un día después de la rueda de prensa en Nueva York tomó
el micrófono. Dijo que las acusaciones no afectarán “de ninguna manera” sus
planes de celebrar el Mundial en Rusia en 2018. Añadió luego que “no tengo duda
de que esto es un complot para evitar que Blatter sea reelegido”. Y, luego,
para dejar claro que quería entender el asunto como una agresión de Estados
Unidos en el tablero global, sostuvo: “Estados Unidos definitivamente no tiene
nada que venir a buscar acá. Este es un ejemplo de cómo busca ampliar su
jurisdicción a otros países”. Esta última frase encaja perfectamente en la
retórica que el ruso lleva varios años usando para atacar a Obama. Y tiene que
ver con un asunto geopolítico que lo tiene a él aislado y aún no encuentra
solución: la invasión de Ucrania.
Otros, por lo
contrario, parecen haberse sentido aliviados con la decisión de los
estadounidenses. El primero fue el primer ministro británico, David Cameron,
quien a través de su ministro de Cultura mandó a decir que considera a la FIFA
“una de las organizaciones más corruptas” sobre la Tierra y que por ello esta
“necesita un cambio en su liderazgo”. Por tal razón, su gobierno, que llevaba
años acusando a la FIFA de haber vendido el Mundial de 2018 a Rusia por
millonarios sobornos, no votó por Blatter. Y así se sacó el clavo de no haber
sido elegido como sede de esa Copa Mundial.
Jugando con los árabes
Un capítulo de tinte
político aún pendiente del escándalo tiene que ver con Qatar, sede de la Copa
del Mundo de 2022. Su elección para organizar el certamen, hecha en 2010, ha
sido el foco de una controversia global por varios motivos. Uno de ellos tiene
que ver con que Qatar no posee una tradición futbolística y no cuenta con las
condiciones climáticas para celebrar un mundial en pleno verano. Pero el otro
motivo es más grave. Desde el mismo día en que los 209 miembros de la FIFA le
dieron la sede a ese poderoso Estado árabe, abundan las denuncias de que la
decisión habría sido distinta si no fuera por al pago de millonarios sobornos.
Las acusaciones pronto
pusieron contra las cuerdas a Blatter y los árabes, y la FIFA decidió realizar
una investigación interna. Para ello contrató en julio de 2012 a Michael
García, un prestigioso exfiscal estadounidense que trabajó durante 18 meses, entrevistó
a 75 testigos y cuyas pesquisas le costaron al organismo 9 millones de dólares.
Pero Blatter desconcertó a la opinión al publicar en noviembre de 2014 una
versión amañada de los resultados del trabajo de García. Al enterarse de la
decisión, este renunció públicamente y consideró “erróneo” el tratamiento que
le habían dado.
El caso Qatar había
quedado así hasta el pasado miércoles. Pero ese día la Fiscalía General de
Suiza anunció que había abierto una investigación penal por la adjudicación de
ese Mundial. A esa noticia se añadió el anuncio de que Estados Unidos también
revisaría lo sucedido ahí. Aunque en la acusación la Justicia de ese país no
menciona a los cataríes, puede esperarse que lleguen en un futuro próximo a
conclusiones que exijan llamar a rendir cuentas a posibles involucrados en
sobornos.
Sin embargo, esta
decisión podría generarle problemas al propio presidente Obama. Junto a Arabia
Saudita y Emiratos Árabes Unidos, Qatar es uno de los pocos socios fieles que
le quedan en Oriente Medio. Agredirlo públicamente con una andanada judicial
como la que tuvo lugar en Nueva York y Suiza la semana pasada implica poner en
riesgo su amistad con los jeques árabes. Y esto podría ser fatal en tiempos en
que esa región del mundo arde por cuenta de la inestabilidad democrática en
países como Egipto y Libia, por la guerra civil en Siria y el avance sangriento
de los yihadistas de Estado Islámico que ya tiene, entre otros, a Irak al borde
del colapso.
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Fuente: http://www.semana.com
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